El capitalismo toca a su fin. Entrevista con Immanuel Wallerstein
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Hace unos días el diario Le Monde publicaba esta entrevista con Immanuel Wallerstein, que hemos traducido visto su innegable interés. Hace ya bastantes años que Wallerstein, que se dedica precisamente a analizar las tendencias a largo plazo del sistema-mundo capitalista desde el Centro Fernand Braudel, dependiente de la Universidad Estatal de Nueva York, viene augurando un fin próximo del sistema capitalista, y temiéndose que el modelo que lo sustituya vaya a ser aún peor… Y mucho ojo con sus predicciones, porque Wallerstein fue prácticamente el único que supo prever el derrumbe del bloque soviético que a tanto avezado analista cogió por sorpresa…
¿Cómo situaría la crisis económica y financiera actual en la perspectiva de la “larga duración” de la historia del capitalismo?
Fernand Braudel (1902-1985) distinguía el tiempo de la longue durée, que contempla la sucesión de los sistemas que rigen las relaciones de los hombres con su entorno material a lo largo de la historia humana y, dentro de esas fases largas, el tiempo de los ciclos largos coyunturales, descritos por economistas como Nicolas Kondratieff (1882-1930) o Joseph Schumpeter (1883-1950). Hoy nos encontramos claramente en una fase B de un ciclo de Kondratieff que comenzó hace treinta y cinco años, tras una fase A, que tuvo lugar entre 1945 y 1975 y que fue la más larga en quinientos años de historia del sistema capitalista.
En una fase A, el beneficio lo genera la producción material, sea industrial o de otro tipo; en una fase B, el capitalismo, para continuar generando beneficios, debe financiarizarse y refugiarse en la especulación. Después de más de treinta años, las empresas, los Estados y los hogares se encuentran masivamente endeudados. Así pues, hoy nos encontramos en la última parte de una fase B de Kondratieff, en la que el declive virtual pasa a ser real, las burbujas estallan unas tras otras, las quiebras se multiplican, aumenta la concentración de capital, sube el paro y la economía se encuentra en una situación de deflación real.
Ahora bien, hoy, este momento del ciclo coyuntural coincide con –y en consecuencia agrava– un período de transición entre dos sistemas de laga duración. Pienso, en efecto, que hace treinta años que entramos en la fase terminal del sistema capitalista. Lo que diferencia fundamentalmente esta fase de la sucesión ininterrumpida de ciclos coyunturales anteriores es que el capitalismo ya no consigue “hacer sistema”, en el sentido en que entiende esta expresión el físico y químico Ilya Prigogine (1917-2003): cuando un sistema biológico, químico o social se desvía cada vez más de su situación de estabilidad, llega un momento en que no logra ya recobrar el equilibrio y asistimos, pues, a una bifurcación.
La situación se vuelve caótica, incontrolable por las fuerzas que la habían dominado hasta el momento, y vemos emerger una lucha, no ya entre partidarios y los adversarios del sistema, sino entre todos los actores, para determinar quién va a ocupar su lugar. Yo reservo el término “crisis” para referirme a este tipo de períodos. Así que, en efecto, estamos en crisis. El capitalismo toca a su fin.
Pero, ¿por qué no habría de tratarse de una nueva mutación del capitalismo? Al fin y al cabo, el sistema ha conocido ya el paso de un capitalismo mercantil a un capitalismo industrial y, de éste, a un capitalismo financiero…
El capitalismo es omnívoro, capta el beneficio allí donde es más elevado en un momento dado; no se contenta con pequeños beneficios marginales; al contrario, los maximiza constituyendo monopolios –lo ha estado intentado recientemente con las biotecnologías y las tecnologías de la información–. Y pienso que las posibilidades de acumulación real del sistema han alcanzado sus límites. El capitalismo, desde su nacimiento en la segunda mitad del siglo XVI, se ha alimentado de un diferencial de riqueza entre un centro en el que convergen los beneficios, y unas periferias (no necesariamente geográficas) cada vez más empobrecidas.
A este respecto, la recuperación económica del Este asiático, de la India, de América Latina constituye un reto insuperable para la “economía-mundo” creada por Occidente, que no logra ya controlar los costes de la acumulación. Las tres curvas mundiales de precio de la mano de obra, de precio de las materias primas y de impuestos han experimentado por todas partes y desde hace decenios una fuerte subida. El corto período neoliberal que está acabándose en este momento tan sólo ha conseguido invertir esta tendencia de manera provisional: a finales de los noventa los costes eran, ciertamente, menos elevados que en 1970, pero aún seguían siendo bastante más importantes que en 1945. En efecto, el último período de acumulación real –los “treinta años gloriosos”– tan solo ha sido posible porque los Estados keynesianos han puesto sus fuerzas al servicio del capital. ¡Pero también aquí nos hemos topado con el límite!
¿Existen precedentes de la fase actual, tal como usted la describe?
Hay numerosos precedentes en la historia de la humanidad, contrariamente a lo que supone el relato, forjado a mediados del siglo XIX, de un progreso constante e inevitable (incluida la versión marxista). Yo prefiero decantarme por la tesis de la posibilidad del progreso, mas no de su ineluctabilidad. Sin duda, el capitalismo es el sistema que ha logrado producir, y de manera extraordinaria, la mayor cantidad de bienes y riquezas jamás vista. Pero es necesario prestar atención también a las pérdidas –para el medioambiente, para las sociedades– que ha engendrado. El único bien es el que permite obtener para el mayor número de personas una vida racional e inteligente.
Dicho esto, la crisis más reciente que guarda similitud con la actual es el hundimiento del sistema feudal en Europa, entre mediados del siglo XV y del XVI, y su sustitución por el sistema capitalista. En este período, que culmina con las guerras de religión, se desmorona el poder de las autoridades Real, señorial y religiosa sobre las comunidades campesinas más ricas y sobre las ciudades. Es allí donde se construyen, a base de ensayos sucesivos y de manera inconsciente, soluciones inesperadas cuyo éxito terminará por “hacer sistema”, extendiéndose poco a poco en forma de capitalismo.
¿Cuánto tiempo podría durar la transición actual, y en qué podría desembocar?
El período de destrucción de valor que cierra la fase B de un ciclo de Kondratieff dura generalmente entre dos y cinco años, antes de que se establezcan las condiciones que permitan la entrada en una fase A, en la que de nuevo pueda extraerse un beneficio real a partir de nuevas producciones materiales, según la descripción de Schumpeter. Pero el hecho de que esta fase se corresponda con una crisis del sistema nos ha hecho entrar en un período de caos político durante el cual los actores dominantes –los que dirigen las empresas y los Estados occidentales–, harán todo lo que sea técnicamente posible para recobrar el equilibrio, aunque es muy probable que no lo consigan.
De entre éstos, los más inteligentes ya han comprendido que va a hacer falta poner en marcha algo completamente nuevo. Pero hay ya múltiples actores actuando, de manera desordenada e inconsciente, para hacer emerger nuevas soluciones, sin que podamos saber aún qué sistema resultará de estos ensayos.
Nos encontramos en un período, bastante raro, en el que la crisis y la impotencia de los poderosos deja lugar al libre arbitrio de cada uno: vivimos hoy un lapso de tiempo durante el cual cada uno de nosotros tiene la posibilidad de influir en el futuro con nuestra acción individual. Pero como este futuro será la suma de un número incalculable de acciones individuales, es absolutamente imposible prever qué modelo se impondrá finalmente. Es probable que en unos diez años podamos ver algo más claro; y en treinta o cuarenta años ya habrá emergido un nuevo sistema. Lamentablemente, veo más probable que se instaure un sistema de explotación aún más violento que el capitalismo, que un modelo más igualitario y redistributivo.
Las mutaciones anteriores del capitalismo desembocaron en un desplazamiento del centro de la “economía-mundo”, por ejemplo, de la cuenca mediterránea a la costa atlántica europea, y más tarde, de ahí a Estados Unidos. El sistema por venir, ¿tendrá su centro en China?
La crisis que vivimos se corresponde también con el fin de un ciclo político, el de la hegemonía norteamericana, tocada ya desde los años setenta. Estados Unidos seguirá siendo un actor importante, pero en ningún caso podrá reconquistar su posición dominante de cara a la multiplicación de centros de poder, como Europa occidental, China, Brasil y la India. Por lo demás, para que surja y se imponga un nuevo poder hegemónico, si se refiere usted a ciclos largos braudelianos, pueden hacer falta otros cincuenta años más. E ignoro cuál será este centro de poder.
Entre tanto, las consecuencias políticas de la crisis actual serán enormes, en la medida en que los amos del sistema van a intentar encontrar chivos expiatorios del hundimiento de su hegemonía. Creo que la mitad del pueblo norteamericano no aceptará lo que está ya sucediendo. Los conflictos internos, pues, se exacerbarán en Estados Unidos, que está a punto de convertirse en el país más inestable políticamente del mundo entero. Y no olvidemos que nosotros, los americanos, estamos armados…
Publicado en Le Monde el 11.10.08. Entrevista de Antoine Reverchon